Content

El Último Latido de un Pájaro - Galería Wunsch - 2025



                    





El último latido de un pájaro
Javier Sandoval Velasquez, Abril 2025
Leonardo Cavalcante raspa el vidrio con la precisión de quien intenta abrir una fisura en la
transparencia de un potencial mundo. Sus pinturas emergen de un proceso de sustracción, donde la
luz queda atrapada en la huella del gesto, en la fricción del metal contra el color opaco. Lo que se
revela no es solo imagen, sino atmósfera: un umbral donde la sombra y el resplandor configuran un
espacio intermedio, como si cada figura flotara en la tenue frontera entre la aparición y la desaparición.
Cada pintura nace del roce entre la cuchilla y el vidrio, entre el cristal y las uñas. La materia se reduce,
se desgasta, hasta revelar una escena mínima que conserva, sin embargo, una potente densidad
atmosférica. Su estética es la del intersticio: allí donde la imagen no se muestra del todo, donde la
opacidad sugiere más que lo que nombra. No se trata de pintar, sino de sustraer. De permitir que la
imagen emerja desde el espesor de la sombra como una aparición frágil, un resplandor errático,
resplandor de deseo, de figura encarnada.
En esta seria de obras, el cuerpo deja de ser una figura sólida y central para volverse un campo de
visibilidad fluctuante, atrapado y liberado por los juegos de luz y sombra. Pintar sobre vidrio es aquí
una práctica experimental y psíquica. La imagen queda atrapada entre la negrura y la transparencia,
pero también pide salir, abrirse paso entre las capas oscuras. Hay una tensión latente entre la
necesidad de introspección y el deseo de revelación. ¿Qué sucede dentro del cuerpo? ¿Qué voces lo
habitan?
Las figuras que irrumpen en estas pinturas evocan un bestiario de entidades que relacionan lo
humano con lo animal. En ellas resuena la narrativa creada por Cavalcante sobre una sociedad
antigua y cierto culto obsesionado con cautivar la esencia de las aves. Hay algo ritual en esta forma de
percibir el mundo: la imagen es interpretada, desvelada y, simultáneamente, encubierta por su propia
fragilidad. Estas imágenes que emergen —un jinete solitario, un hombre sumergido, aves que escoltan
un cuerpo en trance— no narran una historia cerrada, sino que evocan un mundo posible. Son restos,
fragmentos de un ritual silente. Sus contornos parecen desvanecerse en el momento frágil y fugaz
donde la tenue luz entra y se pierde.
En el centro de la sala se despliega una estructura etérea que nos remite a un altar. Un dispositivo
empírico con sutiles objetos y símbolos que nos sugieren un diálogo interespecie. Un rito implícito que
nos invita a cambiar la mirada, a dejar que el espacio se vuelva oquedad, que las imágenes resistan y
conserven su misterio, pequeñas pausas donde puede resonar el acontecimiento, más allá de toda
posible inscripción definitiva. La luz negra que envuelve la sala propone sutiles acentos sobre las
obras, en breves instantes de penumbra, los colores fluorescentes laten con un brillo inorgánico, como
filamentos de luz que transforman el espacio en un umbral de visibilidad fluctuante y evanescente.
“El último latido de una pájaro” presenta una dinámica etérea en donde la imagen no es un objeto fijo,
sino un destello efímero que solo existe en la relación entre luz y sombra. En las pinturas de
Cavalcante, el cuerpo y el pájaro son figuras fugaces que surgen y desparecen en un relato de reflejos
y ausencias. Un latido que no se extingue, sino que se transforma. Un vuelo detenido en el tiempo,
suspendido entre la aparición y la pérdida. Es también el pulso de la imagen, un pulso que persiste en
la retina mucho después de que la luz se haya extinguido.




















Leonardo Cavalcante

Leonardo Cavalcante